jueves, enero 28, 2016

LOS OCHO ODIOSOS (THE HATEFUL EIGHT)



 
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Tenían que ser directores mitómanos y tendentes al metacine (además de sobradamente talentosos, por supuesto) como  Quentin Tarantino los que de algún modo mantuviesen el western como un género capaz de seguir proporcionando obras maestras del séptimo arte aún y cuando las apariciones en la pantalla de dicho género sean más que esporádicas en los últimos tiempos. Y es que tras haber firmado su obra maestra con otro western, Django Unchained (2012), Tarantino vuelve a sorprender con un filme sólido y degustable que demuestra la maestría del director de Knoxville      en el arte de contar historias y su sólida cultura cinematográfica además de hacer un display una vez más de sus innatas habilidades como realizador. Si en Django Tarantino hacia una revisión del Spaghetti Western de Segio Leone con elementos del cine blaxploitation, en esta ocasión se toma como referencia más que evidente a Sam Peckinpah, otro de los más notables maestros de Quentin, y cierto tono de thriller y drama-comedia de personajes en un filme en donde la violencia tarantiniana adquiere tintes cuasi pariodico-manieristas y un tono que pese al principio del filme parece más contenido por no decir ausente termina estallando de una manera tan curiosa como insólita. En realidad, parece que la violencia más notable reside en los diálogos de unos personajes pendencieros, desagradables, antiheróicos, equívocos y llenos de matices que se escapan oportunamente de los tópicos de los personajes tradicionales del western. El buen plantel actoral reunido para la ocasión se compenetra a las mil maravillas en una puesta en escena insólitamente focalizada y teatral que requiere la atención y la entrega del espectador.


Los ocho odiosos del título son un peculiar grupo salvaje (los ocho titulares y otros de los personajes, sin que el espectador sepa a ciencia cierta cuales son exactamente los ocho hasta que ve el cartel de la película) de cazarrecompensas, convictos capturados y sentenciados a muerte, hombres de ley (teóricamente), forajidos, pistoleros errantes y hasta un viejo militar retirado en unos EEUU con la guerra de secesión recién terminada y aún supurando unas heridas mal curadas causadas por la misma. Unos personajes con principios harto peculiares y cada uno con su particular código de justicia con resonancias poco o nada éticas: una parábola nada edificante y muy crítica sobre la herencia ideológica y moral que dejó la esclavitud y la guerra civil americana. El mayor Marquis Martin, el exmilitar afroamericano reconvertido en cazador de recompensas que interpreta Samuel L. Jackson actúa como catalizador de una trama estructurada en diversos capítulos y en realidad dividida en dos grandes actos: uno que transcurre en una diligencia (claro homenaje a John Ford) liderada por otro cazarrecompensas de dudosa moralidad John Ruth (Kurt Russell) que se dispone a entregar a la peligrosa asesina Daisy Domenergue (Jennifer Jason Leigh) a la horca, y el otro desarrollado en una posada en donde sus ocupantes tratan de resguardarse de una cruda nevada. Lo que parecía al principio un western crepuscular tradicional poco a poco se va convirtiendo en un thriller de personajes como resonancias detectivescas a lo Agatha Christie y termina con una explosión de pasión, violencia y un curioso mensaje a la historia y la cultura americana. Toda una galería de personajes inolvidables y situaciones muy logradas gracias al soberbio manejo del director de la anécdota y la parodia-homenaje aunque aquí adquiera unos tintes autorreferentes muy peculiares. Bruce Dern, Demian Bichir, Michael Madsen, Tim Roth, Walton Goggins  James Parks o Channig Tatum- en su mayoría actores que han trabajado antes con Tarantino- componen un bestiario humano sin desperdicio con unas excelentes interpretaciones. Una vez más, Quentin se cubre de gloria y demuestra que es, sencillamente, un director sin límite. 

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