lunes, septiembre 29, 2014

El Aparatito Lumiere LA ISLA MÍNIMA




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Buena racha la que llevamos últimamente en cuanto a películas españolas con pretensiones y de gran calidad; después de la magnífica El Niño tenemos la ocasión de degustar la nueva cinta de Alberto Rodríguez (7 Vírgenes, Grupo 7) un cineasta andaluz que se esta haciendo un gran nombre en el cine español y que firma su mejor película hasta el momento. Y es que La Isla Mínima es un excelente trabajo que demuestra que tanto la realidad sociológica (e histórica) y el paisaje españoles pueden ser un filón para el cine de género siempre que haya una historia sólida y un buen planteamiento detrás, algo que ocurre con creces en esta ocasión. Ambientada a principios de los 80 casi únicamente en el marco de las marismas del Guadalquivir y sus pequeños núcleos de población La Isla Mínima ofrece un thriller inquietante, sinuoso y confuso trufado de componentes de diversa índole: psicológicos, servidos por la antítesis que conforman los dos policías protagonistas; históricos-simbólicos, en donde la tardotransición en donde se enmarca la historia ejerce un efecto determinante sobre la misma aunque en un sentido mas bien alegórico; sociológicos y antropológicos en cuanto que la pobreza en la zona de las marismas en la provincia de Cádiz de la época ejemplifica una situación límite que en el filme funciona como impulsora de una parte de la trama; y, esto es más dudoso, fantásticos. Si, por que la película no renuncia a mostrarnos momentos inquietantes y desconcertantes que complican la comprensión de la trama- su final me resulta confuso- y que parecen beber de David Lynch, especialmente del de Twin Peaks o Blue Velvet y que si bien resultan deslumbrantes en su concepto con reminiscencias sobrenaturales, terminan por despistar un poco. Es por ello que esta película tal vez sea una de esas que “hay que ver dos veces” para amarrar detalles que pueden pasar desapercibidos en un primer visionado

La historia nos presenta a dos policías de 1980 bien diferentes que tiene que resolver unos complicados casos acaecidos en una remota aldea del Guadalquivir; Juan (Javier Gutiérrez) un policía de la vieja escuela franquista con métodos violentos pero eficaz y volcado con su trabajo y Pedro (Raúl Arévalo) un policía joven y de “nuevo cuño” que no aprueba gran parte del comportamiento de su compañero. Ambos investigan la desaparición de dos hermanas adolescentes en un caso que parece estar relacionado con la desaparición y el asesinato de otras dos jóvenes del pueblo a finales de los 70. En el transcurso de la investigación, el peculiar paisaje marismeño y el hermetismo de unos vecinos ansiosos con librarse de una realidad devoradora y nihilista que se ve ahora inquietantemente turbado con unos truculentos casos, termina por condicionarles en su percepción de la realidad aunque las indagaciones vayan por buen camino y así parecen adentrarse en un mundo atemporal y claustrofóbico en el que parece no haber reglas. La película funciona bien a todos los niveles, ya bien sea manejando una metáfora sobre al transición española a la democracia como mostrando un thriller puro y duro tenso, oscuro y sanguinolento a veces cuyo devenir se sigue con enorme interés pese a los detalles desconcertantes antes mencionados y el hecho de que relativamente pronto conozcamos todo el embolado. A todo ellos ayudan unas grandísimas interpretaciones: Javier Gutiérrez está de diez en su complejo papel de policía con un montón de secretos, Raúl Arévalo convence con su personaje de policía encarnación de la nueva España democrática, aquella dispuesta a dejar atrás los brutales métodos del Franquismo y Antonio de la Torre y Nerea Barros logran una perfecta y desgarradora composición como los padres de las chicas desaparecidas cada uno con sus miserias que ocultar. Salva Reina, Manuel Solo y el actor joven del momento, Jesús Castro (visto en El Niño) completan el eficaz reparto que muestra todo un deslumbrante muestrario de relaciones y sentimientos humanos.
 
Una estética entre el documental rural y el western crepuscular con cierto resabio poético y artístico (esas imágenes áreas de las marismas que convierten el escenario en una suerte de composición irreal, los inquietantes avistamientos de Juan del flamenco y del martín pescador) guía una historia extraña y con más matices de lo que parece, en donde el apartado marco de los meandros y los humedales de las marismas parecen funcionar como un universo aparte, como una metáfora de la España postfranquista apartada de la realidad del resto del mundo y refugiada en su propia isla en donde lo truculento parece ser algo inevitable y en donde el mal aún es algo demasiado cotidiano como para llamar la atención. Una película excelente, en definitiva, con varios niveles de lectura y una historia poderosa que posiblemente encumbre a Alberto Rodríguez como director.

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